6 de agosto de 2012

El gato sin dados.

Un dado mágico gira y gira suspendido en el aire. Cae y rueda por el suelo danzando a brincos mostrando todas sus caras numeradas. Todas las opciones ruedan y saltan. Y mi destino se para esperando a que el dado detenga su marcha. Cada vez baila más cansado, gira sobre sí agonizando su inercia. 
Y por fin, se para. La suerte esta echada.
 
O no? 

Me hago diminuto y me acerco al dado, le beso la boca del uno mientras le masajeo el dos que no hay sin tres aunque quepan y puedan comer para que vuelva a latirle el cuatro cinco segundos más tarde y repitamos tirada los seis. Ya está, la suerte cambiada.

Pero que presión, trabajo de chinos negros a las ordenes de un blanco descerebrado. ¿He de repetir esto en cada elección? Me cago en todos mis huertos para que se abonen hasta envenenarse, por qué no hay un destino a medida, o un personal shopper que no esté chalao. 

Me siento y pienso, como Rondín, cruzo las piernas, como Siddharta, me elevo del suelo, como un imán se aleja de su igual, me alejo de la tierra que soy para ver el cielo que busco y que me libre de la mala suerte de tener que tirar el dado malvado, y que me regale una sonrisa cada mañana, y que me acaricie el pensamiento cada tormento, y que me muestre el futuro eterno tras el invierno. 

Y el reloj marca el tempo de una saeta, y el dado gira infinitamente suspendido en el aire porque no le dejo detenerse con mi pensamiento, porque no sé qué numero prefiero y lo dejo todo en stand by hasta tener una respuesta. 

Me miro al espejo después de 80 años y sigo siendo un veintegenario, sin arrugas, sin patas de gallo, sin emociones ni arrebatos. Pero en ese momento decido que ha llegado la hora de detener al derviche cuadrado, ha llegado la hora de elegir el numero afortunado.

El uno la unidad, esencia del todo
El dos, la dualidad, la polaridad que completa.
El tres la santísima trinidad, padre madre hijo, mente cuerpo alma.
El cuatro, la estabilidad, las direcciones, los elementos.
El cinco, la quintaesencia, los sentidos. 
El seis ... el seis ... el seis ... el miedo la duda.

Pues elijo el seis que es especial y no está comprado por un mito falso. A tomar por saco, ahora es el dado el que no se quiere parar. Parece ser que el seis no le debe gustar. ¿Y ahora qué hago? No dispongo de otros 80 años, ni de un dado con más lados. Mierda que angustia, que impotencia.

En ese momento se acerca un gato y me mea en el zapato, un silencio denso corta el instante, y de pronto una risotada monumental hace vibrar mi habitación con un eco de campanas gigantes, me meo de risa en mi zapato de cemento armado.

Así de simple y llano.