18 de febrero de 2018

La alegría de la muerta

Hay tanto silencio... no se escucha nada... ¿Quién desentierra la puerta de mi madriguera?

Yo soy el temblor de tierra que derrumbó mi casa. Nadie se puede acercar porque no me muevo, no salgo de las sombras de mi as hombro, por si acaso se resquebraja el suelo que no piso, por si acaso se desenmascara el juego en el que somos el sueño de las fichas que nunca se salieron de sus casillas.

Escucho un tambor y leo... es el ritmo de la tribu de mis dientes chocando contra el hielo. Miro por la ventana y sueño que voy...que voy... y vuelvo... sin haber llegado más allá del marco, del quicio, del umbral, del... sueño.

Entre las notas de lluvia que salpican las puertas de los bares, algunas, te mojan los oídos y se te escurren desde los temas pendientes de tus orejas para precipitarse repetidamente por los hombres, uniéndose solidarias en el exilio, hasta formar un río que consigue traspasarte la ropa y llegarte a mí.

Que no te des tierra, que no, que no te des en tiendas por cuatro penas. Que no es para tanto el poco sentido que tiene la existencia. Que no es para tantos el poco sentido que tiene la existencia.

Pues eso,
que nada,
que sólo hay silencio en mi madriguera,
así que no salgo del juego en el que voy,
empapada hasta los sesos,
de flor en flor,
de puedo en puedo,
y callo,
triste como un ciervo viejo,
porque no me veo,
y es complicado caminar sin bastón
ni perro
sin ser ciego.