10 de enero de 2016

El agujero negro de la mujer barbuda

Retiro agitado la agujereada cortina en busca de un milagro en el que no creo con la aplastante seguridad del devenir de un fatal desenlace. Y como no podía ser de otra manera, ahí están. Suelto la cortina rápidamente con el susto provocado por lo que no te esperas y me pongo a respirar contra la pared intentando hacer desaparecer lo que estaba esperado. No hay escapatoria, ha llegado el momento, se abren las puertas y la gente entra atropelladamente para correr hacia sus asientos duros e incómodos, se sientan ruidosamente y se disponen a comer sus grasientas palomitas y demás basura para pobres. Suena una música de trompetas juguetonas y tontorronas que pitan jocosas en una persecución sonora donde apenas las siete notas principales pueden participar en el juego de la silla. Se encienden unas bailarinas luces de colorines mediocres que apenas iluminan los muchos ángulos y rincones que se crean entre la vieja lona roja que se ha convertido en naranja con el paso de los años. Una voz cláramente fingida y exagerada anuncia el inminente inicio del casposo espectáculo. Bajo la carpa del circo se ilumina una delgada e insignificante figura ridiculizada por un poderoso cañón de luz. La tímida figura temblorosa suda agarrotada por el pánico, esa débil figura que mantiene al público en silencio tenso, esa figura patética, soy yo, y todo el mundo me mira esperando que haga algo que les sorprenda, que les emocione y que les haga olvidar sus miserables vidas, pero yo, no me puedo mover, no sé hacer nada. Bajo la sofocante luz pornográfica vivo la esencia del tiempo, y descubro que no es medible, porque este instante, este segundo, sé que no se va a acabar jamás, ni yo voy a morir para dejar de sufrir en este inhumano interrogatorio que me tortura sin piedad. Y durante ese tiempo, tengo la sensación de vivir una vida entera y creo recordar un libro que se titulaba "El agujero negro de la mujer barbuda" No recuerdo de que iba el libro, pero imagino que habla de este momento en el que me encuentro pero visto desde la injusta óptica de mi compañera de circo. Pero... ¿habla de ella o de mí? Y durante la eternidad de mi exposición pública me tumbo a filosofar y... soy incapaz de llegar a nada. Sólo sé que yo sí tengo barba, pero no soy mujer, ni siquiera soy gay, ni nada. Pero tampoco soy hombre, porque no creo que existan los hombres, ni tampoco las mujeres, ni nada intermedio, sólo seres humanos etiquetados por la ignorinercia. Sigo indagando y veo que tengo un nombre, pero no soy persona, ni animal, ni nada. Pero tampoco soy humano, porque no existen los humanos, ni tampoco los animales, ni nada diferente, sólo seres etiquetados por el convenimiedo. Entonces concluyo que mi búsqueda de identidad es infinita, por eso soy insatisaciable.

Tengo un agujero negro en el alma que absorbe todas las emociones que están cerca y las sume en su vacío infinito. Quizá finalmente sí que el libro hablaba sobre mí, quizá también comparto el agujero negro de la mujer barbuda. Agotado por cientos de años sin dormir finalmente caigo rendido y me entrego al descanso eterno. Y mientras duermo, sueño que se apagan las luces y se callan las voces, las trompetas y demás insoportables molestias. Durante ese sueño, siento el dolor de lo aprendido que se agarra a mis huesos, y me hablan los pájaros pero me cuesta creer que les entiendo, todo es caos, la humanidad se extingue y la naturaleza crece, la entropía se extiende irreversiblemente y todo se rompe infinítamente hasta convertirse en una amalgama de nosotrxs y la nada.

Un ruido atronador me despierta de mi sueño, es el hombre bala que se ha autodisparado para atraer la atención del público y permitirme escapar, así que huyo como un conejo y me escondo entre los matorrales para robarle los pinchos a los rosales y confeccionarme un traje de erizo que me proteja de los osos.

Ahora, escapando del agujero negro de la mujer barbuda, vivo en un agujero negro de la tierra, y no soy feliz, ni desgraciado, apenas existo y este estado es el más real de todos los vividos hasta ahora, así que me mimetizo con las nubes y paso con el viento entre las cumbres de las montañas que nadie mira.

Miro al cielo y veo volar un cuervo negro... y se me encoge el alma.

Hoy, estamos tú y yo caminando sin sentido por la gran vía de la mariposería y las hojas de los árboles caen a nuestro paso adornando el paseo, y yo, ni lo quiero ni lo entiendo, así que te suelto la mano y alzo el vuelo para ver los tejados de la gente y poder entender a través de las mentiras que se cuentan en sus vidas las verdades de la mía.