6 de diciembre de 2012

TAKONAZOS


La llamaban Takonazos por no llamarle algo peor. Nadie recordaba su nombre real, ni ella misma. Takonazos era el desastre más grande del mundo, era la peor.
Takonazos nunca llegaba a tiempo a ninguna cita, perdía las llaves, la cartera, las gafas, el bolso, los billetes, las compras, las entradas, el tabaco, los sombreros, la chaqueta, los zapatos, los pendientes, calcetines, las mochilas, y si se descuidaba era capaz de perder hasta la capacidad de hablar. Hace poco había tenido un hijo sin enterarse y aún no se ha dado cuenta pero se le olvidó hace días en la calle, y muchas veces olía a meado porque se le olvidaba lavar las bragas que había olvidado que llevaba.

Takonazos se abría paso por las pistas a codazos, cuando bailaba rompía dientes, narices y hasta hinchaba ojos con sus mamporrazos. Pero ella se creía la reina de la pista cuando le hacían corro, aunque en realidad era por miedo y porque sudaba como una marrana.

Takonazos de tanto tropezarse se le caían los dientes a pedazos. Se había caído 19 veces por las mismas escaleras, metía la pata en el hueco entre el andén y el metro todos los días un par de veces, alguna vez hasta se cayó por la ventana.

Takonazos intentaba ser una hija o pariente modelo, pero solo lo intentaba, porque cuando quedaba con sus padres, sus tías o sus hermanos, nunca llegaba, nunca les ayudó, nunca llegó a tiempo a las cenas, y nunca les felicitó los cumpleaños. Pero ella siempre lo intentaba, una y otra vez con entusiasmo, que por ella no quedará. Aunque bien es verdad que su familia ya apenas la llamaba ni invitaban adelantado lo esperado.

Takonazos transmitía a todo aquel con quien follaba infinidad de enfermedades venéreas: gonorreas, hongos, sífilis, herpes, ladillas, hepatitis, y algunas que ella misma había inventado y estaban aún sin diagnosticar.

Takonazos no vivía en una casa, vivía en un estercolero, para desayunar tenía que buscar entre la basura una cuchara sucia con la que comerse sus cereales caducados en su leche avinagrada. Su cama era como un mercadillo con un puesto de ropa amontonada, y debajo de ella vivía en equilibrio todo un ecosistema de fauna, pulgas, piojos, chinches, cucarachas y hasta ratas. No había quien estuviera en su sala de estar, no se podía uno sentarse, ni ubicarse, ni siquiera respirar. Se le habían caído tantas salsas en el sofá que era como un cuadro acartonado con olor camión de basura al pasar.
El baño era un lugar oscuro porque el moho había ocupado todas las baldosas, y el olor a rancio y humedad era a veces ocultado por el de un gel de baño con olor a ciruelas pasadas que se acababa de encontrar.

Takonazos no tenía amigas ni amigos, le habían mandado todos al carajo porque a todos les pegaba, insultaba, les robaba, les mentía, se liaba con sus novios, malmetía para enfrentar a sus amigas, o se cambiaba a la cuadrilla enemiga.

Takonazos solo veía los programas basura, el resto le parecían aburridos, solo veía películas de zombis o vampiros, se disfrazaba para verlas y montaba en su sofá asqueroso su fiesta privada.

Takonazos no existía, no tenía estudios, documentación, ni pagaba las facturas, no estaba empadronada, conducía sin carné, ni médico, ningún tipo de afiliación, ni le sonaba lo de seguridad social. Takonazos nunca votó, estaba multada en todos los videoclubes, vetada en los bares de su zona, en la iglesia y en los supermercados de toda su ciudad.

Takonazos no creía en dios, ni en la naturaleza, ni en la ciencia, ni en la magia, ni en la humanidad.

Takonazos era así, simplemente, maravillosa, una mujer de la que era imposible evitarte enamorar.