Vivimos
en una isla muy pequeña, diminuta, una isla dentro de una burbuja
imaginaria, y en esta isla, yo tortuga voy corriendo en círculos
tras de ti Avestruz que corres tras de mí, tú y yo cada vez
corriendo más deprisa para conseguir algo que nunca lograremos
ninguno de los dos. Y cansados, tristes, excitados por el miedo nos
caemos en el fondo del absurdo existencial donde toda la isla bucea
buscando la salida a la pecera.
Y yo
ya no me veo en el espejo, y lo que es peor, no te veo, no te oigo,
no te siento…más allá del sonido de tus pasos y tu aliento cuando
me persigues para robarme el bocado de mis viejas y lentas fauces. Y
me olvido de que me fascina tu placer y que me duele tu espalda. Me
olvido de ti, y sin tu recuerdo ya no existe nadie en esta tierra,
solo la guerra entrando en cada hueco de la isla y pudriendo las
flores carnívoras.
En
esta isla social yo tortuga soy enterrada por ti avestruz que corres
para pagar tu deuda con el cocodrilo...pero la deuda aumenta
continuamente y al final los dos seremos comidos.
Pero
de repente, la directora de la orquesta de la isla sube la batuta y
millones de especies inhalan a la vez, con los ojos cerrados esperan
a que la batuta rasgue el aire y les dé paso a una exhalación larga
y profunda. Y al soltar el aire se escapa la necesidad de tener, de
acumular y la crisis de la apnea da paso a una nueva ley que nos
libera del miedo y nos invita a ser más ricos con menos dinero y más
amistad.
En
esta isla aprendimos que la felicidad es subversiva cuando no es tuya
ni mía si no nuestra. El alcalde de los monos la quiso prohibir al
ver como por doquier surgían islas de placer en las cuales no estaba
en vigor la ley del yo me engaño.
Desde
entonces nadie respeta la propiedad que priva, lo que hay se comparte
como dictan las reglas de la vieja nueva ley de la isla de la tierra
salada.
Y
colorín colorado este cuento te ha empezado.