Durante la oscuridad previa a la promesa de la primera luz, tuve la
certeza de que los espíritus húmedos y la hadas cálidas estarían
tejiendo un manto para cubrir y proteger con él a la madre y acoger
a los seres que vendrían atraídos a reconfortarse en su mullido
abrigo.
Tras ello, no dudé de que los espíritus aéreos trenzarían los
hilos que emanarían del ensoñar cálido de las bestias amansadas
sobre el manto, y al hacerlo, huirían de su apresamiento las
primeras gotas escondidas en el interior de las trenzas vaporosas, y
comenzarían a correr en busca de la entrañas de la madre.
Más tarde, supuse obvio que las gotas acabarían descendiendo poco
a poco hacia el lugar que habían abandonado atraídas por el
ronroneo nocturno de las bestias apaciguadas. Y sería en la parte
baja de la madre donde se encontrarían con el resto de las
procesiones de gotas fugadas y reconstruirían su mundo líquido.
Pero me equivoqué en todo.
Cuando desperté y vi la luz del amar nacer, me precipité
vertiginosamente sobre un asfalto maloliente cubierto de restos de
seres despedazados.
Tras reponerme de ello agudicé el oído para sintonizar la
frecuencia vibratoria del plácido ronroneo, pero solo se escuchaba
el silencio calmo del páramo yermo.
Corrí colina abajo buscando el rastro de las procesiones en su
tránsito hacia la tierra prometida. Pero solo encontré huesos
vegetales estirados en último intento de llegar más allá de lo que
sus ramas jamás comprenderían. Lloré desconsolado sumido en un estado de abandono absoluto. Y
cuando el cansancio y la desesperación me abrieron las puertas del
mundo de los sueños, la vi. Era la mujer más vieja que jamás pude
imaginar. Allí de pie, quieta, como la imagen de un árbol milenario
a punto de quebrarse. Con los ojos cerrados. Apenas respiraba. Me
acerqué a ella curioso, olvidando mi congoja y mi dolor ahora de
repente convertidas en una sensación que mezclaba admiración e
inquietud. Ante la incomprensión y la inercia traté de comunicarme
con ella.
- Hola…
Ni rastro de percibirme.
- Perdone…
Ni asomo de impacto.
- ¿Me entiende?
Ni un gesto siquiera de compartir la misma existencia.
Tras unas vueltas orbitando a su alrededor decidí tocarla para ver
si reaccionaba. Alargué un brazo, abrí la mano, extendí un
dedo...y la toqué.
- Hola.
Una voz clara, cálida y profunda sonó en algún lugar sin que ella
moviera un ápice su boca. La escuché como si tuviera cascos en los
oídos y me llegara directa su voz. Esperé a que continuara pero no
hubo ni una palabra más. Llevado por la curiosidad y la intuición
la volví a tocar repitiendo el ritual físico anterior..
- No hay por qué pedir perdón.
Volvió a sonar la voz en mis oídos. Dije bobadas en voz alta, me
callé y volví a tocarla.
- Te entiendo perfectamente.
Súbitamente comprendí que respondía una a una a las palabras que
yo le había dicho. Y de nuevo, guiado por la intuición, tomé
contacto físico con ella y le hablé sin pronunciar palabra.
- ¿Cómo te llamas?
- No tengo nombre, soy quien ves.
Me respondió en su tono desprovisto de rasgos de edad ni género
apreciable.
- Ah.. ya..
Balbuceé
- ¿Y tú sabes qué es lo que ha pasado
con el mundo que se suponía que debería estar para recibirme?
- Ahí está. Tal y como tenía que estar.
Me respondió sin rastro de emoción.
Yo me quedé dubitativo tratando de entender lo que me decía pero
no era capaz de hacerlo. Así que volví a insistir.
- Pero… era horrible.
- Era tal y como tenía que ser. Perfecto.
Tras esa nueva respuesta me quedé totalmente descolocado sin saber
qué más decir. En mi silencio volvió a sonar su voz.
- ¿Y tú ya has aportado tu parte?
- ¿ Mi parte? ¿De qué?
- De tu…
En ese mismo instante comencé a escuchar un crujido que se propagó
en forma de vibración por el brazo y la mujer árbol cayó al suelo
y se convirtió en un montoncito de pelo, ropa y restos de su
recuerdo de un tamaño minúsculo en comparación con lo que acababa
de ser un instante antes.
Sobresaltado desperté de aquel sueño tan real. Miré a mi
alrededor y pude comprobar que estaba allí, en ese mismo lugar donde
me había dormido. Era horrible… mente… real.
Volví a caer en la desesperanza absoluta.
Horas después me despegué del suelo movido por el hambre, la sed y
el calor. Pero qué iba a hacer allí si no había nada de nada. Tan
solo piedras y palos. Tan solo piedras y palos. Tan solo piedras y
palos… Aquel pensamiento rebotó en mi cabeza infinitamente.
Entonces recordé la pregunta… ¿Y tu ya has aportado tu parte?…
Y sin saber muy bien por qué ni para qué, comencé a amontonar
piedras y palos.