31 de julio de 2019

Canciones para desenmascarar al peligro

Tengo que bajar a comprar pan, leche y huevos
no quisiera, pero las tripas me gruñen como hurones hambrientos.
Me quito las legañas con los dedos y me echo colonia barata en los sobacos
cojo el dinero, las llaves, las gafas de sol, el paraguas y el sombrero
y finalmente rezo
le pido al dios perro que me agudice el olfato
y me guíe por los caminos correctos
y me proteja de los infinitos peligrosos senderos.

Salgo y cierro la puerta con ocho vueltas de llavero
como si tuviera un tesoro enterrado en el cubo azul bajo el fregadero.
Me dirijo al ascensor para bajar desde mi piso 24
pero prefiero abrir la ventana y salir volando.

Desde el cielo aparto a las gaviotas carroñeras con mi paraguas viejo.
Apenas veo con las nubes densas que huyen al cielo
desde el tubo de escape de los mil camioneros
que se pelean por kilos de carne y migas de besos.

Entre el cemento, el hierro y los arboles desolados e incrédulos
veo cosas que se mueven como en un videojuego.
Es una masa humana que se choca con escaparates
y sufre a cada paso de su desastroso paseo.
Y el dolor se acumula en cada uno de los adoquines de la gran vía
en los probadores de ropa, en las pescaderías y zapateros.
La miseria se transporta en cables invisibles por el universo
y se desparrama por las pantallas del mundo entero.
Pantallas pequeñas, medianas y gigantescas
que combinan tragedias con refrescos.

Yo no me poso, ni para dar un paso de sapo y comprarme sopa.
Sigo volando...
... quizá encuentre un oasis en otro paraíso planetario.

De repente me llega un sonido
es música que viaja cómoda en el viento vivo.
Es potente, poderosa, y transporta un respiro.
Es expuesta, violenta, ofensiva pero cierta.
Es una cuchilla que cura
una denuncia que perdona
una liberación al compartir la condena
un rayo de sol en el corazón de la tormenta.

Pero se termina
y se derrumba como un rascacielos de piezas de tetris.
Y los murciélagos vuelven a colgarse de sus cuevas.
Y las almejas y mejillones cierran sus conchas y las sellan.
Y las avestruces corren a los campos de golf para enterrar sus cabezas.
Y se cierran los quioscos de la rambla encarcelando flores de agathea.

Me vuelvo a casa
ya se me pasará el hambre en la cama
ya se me olvidará el hombre en la ducha
ya se me vaciará el cerebro en la sala.

Y ya limpio me duermo en el sofá
soñando con las montañas nevadas
con los torrentes entre los bosques de hayas.
Y con volver a escuchar aquella música
en mi despertador de pantalla plaga.