Encendí el candil y pude ver a un niño escondido tras la
puerta del armario,… apagué el candil.
Mi profe de mates me dijo que yo era tuerto, que solo podía
ver con un ojo y que así nunca podría descomponer la vida en cuentas, y sin eso,
lo demás eran cuentos, y los cuentos… no eran serios.
La verdad es que ahora soy tuerto, manco, cojo y además un
poco sordo. No por vicio, si no por obediencia ciega.
También me faltan órganos vitales, me faltan huesos, piel,
tendones y materia gris que hace que sea inútil el mover de mi cerebro.
Pero vivo sin problemas, cago poco, duermo mucho, apenas
canto y soy útil como picabilletes de mercado.
A veces me enamoro de las muñecas de trapo que veo en los
escaparates viejos. Entonces me entran dudas de si elegí bien cuando me negué a
que implantaran el chip que me transformaría en una aspiradora de último
modelo.
Otras veces me veo reflejado en el agua de los lagos y
escucho el rascar de las espaldas de los árboles por el viento. Y también me
entran dudas de si debí quemar aquel desierto.
Paso por la vida como un nazareno con el paso acompasado al
tambor y a la trompeta, concentrado, no miro sino de frente, nunca miro hacia
los lados, no me importan las personas que se agolpan a mis lados, ni las
tiendas, ni los bares, los estancos y los bancos… ni de sentirse oscuro ni de sentarse
claro.
Llevo cien mil millones de kilómetros andados, siempre
descalzo, siempre en silencio, concentrado. Que no me despeine el aire
enfadado.
Siempre recto, no tuerzo en las esquinas ni me paro en los semáforos,
y si entro en una selva, derribo los árboles con un libro y un rosario, que se
aparten, que soy yo quien está andando.
Atropello elefantes con mi pies tanques blindados ¿son
idiotas? ¿o de puro gordos se han parado y no me han visto por mirar a ese
bocado de tréboles de mala muerte y cuatro chavos?
Los espejos me devuelven una imagen bonita, pero sé que no
soy yo, yo soy tuerto, manco, cojo y además un poco sordo. Aún así se lo
agradezco. Sin ellos me habría detenido hace tiempo, hubiera mirado hacia los
lados, llenos de carteles y de helados, y ahora sería un elefante gordo que
escribe en un teclado.
La vida es como viajar en un tornado, dando vueltas muy
deprisa cuando estas abajo y más despacio desde arriba, ya en el circulo más
amplio. Es como encender un candil, y cuando ves que está alumbrando, apagarlo
por si acaso.
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